Querido columnista, caricaturista, activista, twittero, youtubero, colombiano humano, civil desobediente:
Comparto tu indignación por los recientes asesinatos de jóvenes y líderes sociales. Ellos son víctimas de criminales, que eliminan cualquier resistencia a su empeño por imponer su ley y someternos a su sádica voluntad.
Ellos, los asesinos, quieren sembrar terror y usarte como caja de resonancia para que, a través de tus sesudos y sentidos reclamos, se cree una sensación de zozobra y pánico. Quieren que protestes y que culpes al gobierno y a las fuerzas armadas. Y lo están logrando.
Su plan, el de los asesinos, es apoderarse de tierras y rutas terrestres y fluviales. Las necesitan para ampliar la siembra de coca y marihuana, para trasladarse impunemente, para sembrar minas, para evitar que entre el Estado y los combata.
Allí, en las zonas de frontera y los departamentos costeros, y al amparo de la narcoguardia venezolana, en el flanco oriental, y de los narcoterroristas que le hicieron conejo al tal acuerdo (todos, menos los cansados que se quedaron con una curul) en el resto del país.
Ellos, los narcos, quieren producir más droga para venderla a los carteles mexicanos y a los militares venezolanos. También quieren algo del producto, cada vez más, para el “cosumo interno” (colombiano, compra colombiano).
Saben que hay una creciente demanda y que pueden captar valor agregado sin el riesgo de ser atrapados en alta mar o ser derribados en pleno vuelo. Su éxito se refleja en la reciente Encuesta Nacional de Sustancias Psicoactivas. Dice la encuesta que 12% de la población entre 16 y 65 años ha consumido drogas (marihuana, cocaína, basuco, éxtasis y heroína). Mercado nada malo y con potencial de crecimiento.
Las noticias dijeron la semana pasada que habían sido decomisadas más de 22 toneladas de drogas, que iban a las ollas de las principales ciudades. Si esa fue la incautación, debería presumirse que muchas más llegan a su destino, para ser vendidas por miles de jíbaros, pero también por domiciliarios, nacionales y extranjeros, como quedó demostrado en grabaciones telefónicas de la policía y de otras autoridades.
El negocio del cultivo, procesamiento, transporte, distribución y comercialización es enorme y deja billonarias utilidades. Genera, además, miles de empleos, directos e indirectos. No es de extrañar que los pequeños vendedores vistan ropa de marca, como se ve en los videos de los arrestos.
O que las bandas, las que están asesinando a los jóvenes y a los líderes (los que son y los que no lo son), estén mejor armadas que nuestros soldados y policías (los honestos y los que no lo son). O que la protección del negocio se vuelva cada vez más violenta.
También requiere este negocio una bien elaborada y sofisticada trama de lavado que pasa inexorablemente por el sistema financiero, las notarías y muchas instancias, permeando gran parte de la economía.
Porque ese negocio mueve efectivo. El mismo que es pagado millones de veces por la compra de pequeñas dosis. Las que tú compras y metes, para alimentar la máquina de muerte que tan indignado te tiene.
Sergio Calderón Acevedo
Economista