La primera vez que fui a la Universidad Nacional tenía 15 años. Llegué con un cuaderno al examen del conservatorio de música.
Me contenté con saber que, aunque ya era mayor para aprender como se debía, la música llegaría cuando mis oídos y yo estuviéramos dispuestos.
La segunda vez fui para estudiar economía. Allí recibí las bases que han sostenido mi desarrollo profesional por más de 20 años. Me ha dado mucho de lo que tengo.
Preparé los exámenes de macro encerrada en las salas de los pianos para escuchar las notas a lo lejos. ¡Qué puedo decir, agradecimiento!
Pero no perdí las esperanzas.
La tercera vez que fui a la universidad fue con mi hijo, que hoy cursa su segundo semestre de conservatorio. Un lugar exigente para un niño que también lo es, que trabaja mucho y vive feliz porque puede disfrutar de lo que más le gusta en la vida después de jugar, la música.
Pero el conservatorio vive una realidad que no corresponde a la importancia, los resultados y la trascendencia de la universidad para el país: se tienen limitaciones en el servicio de la luz por el daño de los transformadores, no hay baños, pues no hay presupuesto para repararlos desde hace ya tiempo y las oficinas y salones no cuentan con el mobiliario adecuado.
Los pianos no tienen ya el sonido que necesitan los niños para apreciar la música, y varios viajan desde lejos por solo media hora de clase, ya que no hay profesores suficientes.
Un arpa y otros instrumentos que quieren ser donados no pueden recibirse, porque no se tiene cómo mantenerlos.
La Universidad Nacional nos ha dado a muchos colombianos la posibilidad de trabajar, de vivir nuestras vidas en familia y de querer el compromiso, de construir pensando siempre más allá desde la perspectiva y las posibilidades de cada uno, no importa en qué lugar estemos, somos lo que somos, las empresas colombianas, públicas y privadas están llenas de nosotros por doquier.
Daniel Barenboim dice que la música permite oír y escuchar el relato del otro, justamente cuando no se está de acuerdo . La paz es un asunto de oído y en eso sí que entrena la música.
Qué bueno sería que todos los estudiantes de la Universidad contaran con un conservatorio tan grande para estudiar música en las tardes que no están en las materias de sus carreras, que los niños que llegan tengan los recursos mínimos y que los estudiantes jóvenes cuenten con espacios adecuados para practicar con sus instrumentos.
El conservatorio debe ser la imagen de la Nacional cuando se llega a ella, con un edificio grande y bien dotado, lleno de niños y jóvenes con espacios para la práctica e instrumentos adecuados, profesionales suficientes con una remuneración acorde. “En la música se llega a buscar y, con frecuencia, a encontrar, la coexistencia de elementos que no parecen poder vivir juntos”, dice este director famoso, y eso es lo que necesitamos en Colombia, la música que nos ponga los oídos despiertos y el corazón compasivo para actuar con los sueños como tareas del día a día.
Ximena Lombana Millán
Economista