Internacional

06 jul 2019 - 12:56 p. m.

Bolsonaro, el presidente al que lo atormenta la democracia

"Me están convirtiendo en la Reina de Inglaterra", se queja el mandatario brasileño.

Bolsonaro

Jair Bolsonaro, presidente de Brasil.

AFP

POR:
Bloomberg
06 jul 2019 - 12:56 p. m.

El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, ha tenido un inicio difícil. El Congreso recientemente puso punto final a la relajación de los controles de armas, limitó sus poderes de gasto discrecionales y reclamo derecho de veto sobre los reguladores públicos. Pese a los aullidos de los votantes de derecha fanáticos de la biblia que lo pusieron en el cargo, la Corte Suprema convirtió la homofobia en delito.

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Los generales del ejército retirados que reclutó para que le cuidaran la espalda en cambio han estado retirándose de su campaña contra un socio comercial importante como China y han dejado de hablar de invasiones a Venezuela. "Me están convirtiendo en la Reina de Inglaterra", se queja Bolsonaro.

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Gracias a las autoritarias exhortaciones de Bolsonaro, la renaciente democracia brasileña supuestamente estaba en peligro y un regreso a la dictadura era inminente. No obstante, seis meses llenos de voluble populismo han puesto de cabeza esa fantasía.

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La democracia constitucional de Brasil parece apta para sobrevivir a Bolsonaro; la pregunta es ¿puede Bolsonaro sobrevivir a la democracia? Valga aclarar que Bolsonaro no se deja doblegar. El fuerte sistema presidencial de Brasil le permite establecer la agenda política, entretener a sus amigos con clientelismo y mantener al Congreso tras de sí mediante decretos ejecutivos.

De hecho, solo uno de los presidentes electos de Brasil en los 34 años tras el retorno a la democracia ha emitido más decretos que Bolsonaro en un punto tan temprano de su mandato y tuvo que renunciar avergonzado (gracias a la voluntariosa Brasilia, el récord podría romperse).

El Congreso ha demostrado que puede rechazar sus esfuerzos; acaba de anular su proyecto de ley de armas. Pero aún no es momento de llamar a Bolsonaro una figura decorativa. "Mi pluma es más poderosa que la suya", le dijo al presidente de la cámara baja, Rodrigo Maia.

Esa prepotencia, por supuesto, ha sobrepasado el alboroto del público por el estado de la democracia constitucional brasileña. El ultimo escándalo por conversaciones telefónicas interceptadas, el cual señala una confabulación indebida entre un exjuez anticorrupción y el jefe de fiscales en el escándalo de corrupción Lava Jato de Brasil, ha amplificado la presunción de que los intereses de la élite están presionando la balanza de la justicia.

Y ahora viene Netflix con un perturbador documental que sugiere que el ascenso de Bolsonaro fue la jugada final de una camarilla política secreta y oligarca que ha llevado la democracia al límite.

Pero ese no es el punto. Más que una nostalgia por la autocracia, la predilección de Bolsonaro por los decretos esconde una incapacidad política. Pasó 28 años en la banca trasera del Congreso, cortejando constituyentes favorecidos con proyectos de ley de bajo impacto, la mayoría de los cuales murieron en las comisiones. Y ha seguido el mismo modus operandi en el cargo más alto de Brasil, promoviendo causas simples -porte a la vista, educación en el hogar y abolición de obstáculos de velocidad- como si fueran prioridades nacionales.

"La suya es la típica agenda legislativa de bajo nivel", asegura Octavio Amorim Neto de la Fundación Getulio Vargas. "Es lo que Bolsonaro sabe hacer bien y le ahorra tener que dilapidar capital político en medidas impopulares". ¿El derrochador sistema de pensiones? ¿El anticuado sistema tributario brasileño? ¿El comercio internacional? ¿La ley anticorrupción?

Que los intelectuales de Brasilia -el ministro de Economía, Pulo Guedes, la ministra de Agricultura, Tereza Cristina da Costa Dias, y el ministro de Justicia, Sergio Moro- se encarguen de esos temas electoralmente tóxicos ante la rebelde legislatura y los exigentes clientes internacionales.

Al evitar la política, Bolsonaro le dio al tradicionalmente reactivo Congreso mucho espacio para maniobrar. Los legisladores están trabajando y lanzando puentes como nunca. Gracias a ese improbable conjunto de eventos, la crucial agenda de reformas económicas y burocráticas de Brasil se ha separado del palacio presidencial, y ahora muchas de las iniciativas tienen buenas posibilidades de convertirse en ley.

Un ejemplo es Maia, uno de los más duros críticos de Bolsonaro, quien ha tomado la bandera de la reforma pensional, la cual se espera sea aprobada en su primera votación importante en comisión esta semana y una votación ante toda la legislatura a finales de este mes. Maia presuntamente también está liderando una propuesta de reforma tributaria. "El Congreso tiene su propia agenda ahora", dice Amorim.

Otro avance incongruente: el 28 de junio, luego de 20 años de conversaciones, los negociadores brasileños lideraron un emblemático acuerdo entre el bloque comercial suramericano Mercosur y la Unión Europea. Fue una victoria para los multilateralistas más cercanos a un gobierno que ha denunciado el globalismo como marxismo cultural.

Los optimistas ven cocinarse un nuevo aunque tentativo modelo de gobierno, uno que el analista político Fernando Schuler, de la Escuela de Negocios Insper, de Sao Paulo, llama "corresponsabilidad" entre un presidente fuerte y una legislatura empoderada. El problema, según Schuler, es que este modelo no existe. "Estamos en algún punto intermedio", dice.

El parlamentarismo alejado de sus orígenes tiene sus limitaciones en una legislatura con 30 partidos y un sistema político limitado a un líder central. "El nuevo protagonismo del Congreso llena un vacío, pero las reformas y la formulación de políticas dependen de un presidente que se ponga manos a la obra, reúna los votos del Congreso y haga aprobar las leyes", asegura Amorim. El peligro no es el de "un país que se dirige hacia un pasado autoritarista", en palabras del lúgubre narrador de 'Al filo de la democracia', de Netflix.

En muchos sentidos, el espíritu y las instituciones civiles del país nunca han sido más resistentes. El problema más grande es la política sin dirección, la cual corroe el consenso y motiva a los foráneos y los aventureros populistas. La democracia más grande de América Latina está a salvo. Lo que necesita trabajo urgente es la política brasileña

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