Uno piensa que esas cosas solo suceden en el trópico, pero pasan hasta en las mejores familias. Pocas horas después de que los votantes del Reino Unido decidieran su salida de la Unión Europea, ya estaban buscando la manera de convocar otro referendo para revertir la decisión.
La insólita idea de un re-referendo y el aire de funeral que engalana el verano británico son solo la punta de un iceberg de arrepentimiento y desconcierto, a tal punto que ahora no hay quién se haga responsable de la decisión. David Cameron aceptó su derrota y anunció su dimisión, dejando en suspenso la notificación de la decisión a la Unión Europea para que sea su sucesor quien se haga cargo. Pero los promotores del voto por la salida, en un descaro que linda con el cinismo, no han asumido la responsabilidad de sus actos y lucen tan perdidos como si hubieran votado por la permanencia. El inefable Boris Johnson, incendiario líder del movimiento Brexit, ya dijo que la cosa no es con él y no está claro quién será el nuevo primer ministro.
Si no fuera un problema tan delicado sería un buen tema para un sketch de Monty Python: hagamos un referendo para decidir algo, y después otro referendo para revertir lo decidido. Esta comedia de equivocaciones es además un caso de laboratorio único del que se pueden sacar algunas conclusiones relevantes para nosotros.
La primera es lo fácil que es hacer populismo nacionalista, y lo difícil que es hacerse cargo de sus costos. Nada más taquillero para la tribuna que irse lanza en ristre contra las importaciones y el capital extranjero, aunque después nadie responda por el súbito empobrecimiento de los británicos, cuya moneda cayó más de 10% frente al euro en cuestión de horas, ni por la reducción en la calificación de riesgo de su deuda soberana.
Nosotros debemos tener muy presentes esos descalabros cada vez que oigamos discursos antiglobalización en el Senado o en el sempiterno paro campesino, sobre todo teniendo en cuenta que uno de los puntos que falta definir en La Habana es si el país debe buscar su seguridad alimentaria, algo que se puede discutir, o su soberanía alimentaria, que sería un camino fatal.
Pero tal vez las lecciones más importantes para nuestra coyuntura sean de índole política. Tras el estrechísimo margen por el que se definieron las cosas en el Reino Unido, queda claro que en un plebiscito o en un referendo cada voto cuenta, y que la opción de abstenerse es la más tonta de todas, pues equivale a dejar que otros decidan por uno.
Además se confirma algo que suena obvio pero que todos desdeñan: antes de votar hay que prepararse muy bien. Es patético que las búsquedas de internet en el Reino Unido sobre las implicaciones de la salida de la UE se hayan disparado después del referendo y no antes. Y si eso pasa en la cuna de la revolución industrial y de varias de las más importantes transformaciones científicas, ¿qué podemos esperar acá?
Mauricio Reina
Investigador Asociado de Fedesarrollo.
COLUMNISTA
Re-referendo
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Mauricio Reina
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