La mínima mayoría con la que fue aprobada la reforma a la salud en su votación en el Congreso llevó al presidente, Gustavo Petro, a dar un timonazo político: cambio de gabinete para buscar un gobierno sin coalición. Afirmó que “si no se aprueba la ley de reforma a la salud y si no se aprueba la ley de reforma a las pensiones, las EPS se acaban y los fondos privados de pensiones también”.
Según Petro, “se trata de un modelo ideológico que ha llegado al final en el mundo y que mantenerlo solo trae catástrofe y derrota” y “anuncio que el intento de coartar las reformas puede llevar a una revolución”.
La ausencia de reformas, mantener el status quo, no va a traer una catástrofe. El sistema público de salud nunca había sido tan fuerte: nunca había estado tan cerca de la cobertura universal, ni las entidades prestadoras habían tenido tan bajas pérdidas. Las EPS, entidades de aseguramiento, cuentan con la mayor robustez en materia de reservas técnicas para responder ante eventos de riesgo, después de haber superado la pandemia de la covid-19 con un éxito mayor al de otros sistemas de salud.
Falta promoción y prevención y la inequidad del sistema de salud ofende: se necesita más infraestructura y servicio en muchos lugares, pero las carencias del sistema tal vez tienen que ver más con la pobreza e inequidad del país que con sus fortalezas: la inversión y gestión del sector privado y de empresas solidarias en el servicio de salud, y el aseguramiento como base del sistema. Justo lo que la reforma quiere cambiar.
El sistema de ahorro individual cada vez concede más pensiones, y quienes en él ahorran tienen mayor probabilidad de obtener una, lograrla antes y con menos tiempo de trabajo que en el sistema estatal, gracias a los rendimientos acumulados en cuentas de su propiedad.
La cobertura de pensiones es bajísima y los subsidios que paga el tesoro público a las pensiones que concede son ofensivamente inequitativos, pero eso no es asunto del sistema de ahorro individual: tiene que ver con los regímenes especiales y sus megapensiones, y con privilegios convertidos en derechos. Justo lo que la reforma no quiere cambiar.
La ausencia de reformas, mantener el status quo, tampoco traerá una revolución: El riesgo de una revolución es mínimo hoy: no hay enclaves que dividan a Colombia, ni activistas violentos o grupos de interés armados que los lideren o representen. Ése conflicto armado interno fue cosa del pasado, nadie triunfó.
Sí hay riesgos de catástrofe: el crimen organizado y la corrupción, en la primera línea, el malestar social, detrás. Se necesita con urgencia reformar la justicia criminal y al sector de seguridad para enfrentar el crimen organizado violento, una reforma educativa y una reforma rural integral para dar oportunidades y crecimiento. Como no hay poder para “cambiar el modelo ideológico” tal vez sea mejor buscar otras reformas posibles, sin catástrofe.
JORGE RESTREPO
Profesor de economía, Universidad Javeriana
Twitter: @jorgearestrepo