Tal vez la palabra moderna del idioma castellano más peligrosa sea ‘narrativa’. Y es peligrosa porque es indefinida. Narrativa puede significar describir un entorno o fenómeno. Puede implicar aportar una nueva dimensión a una visión establecida. Narrativa también es, en muchos casos, reescribir la historia, sin el rigor de la búsqueda de la verdad.
En las narrativas hay elementos de verdad que están esparcidos en el relato, muchas veces de manera estratégica e intencionada. Pero puede ser que secciones enteras de la narrativa estén amañadas, sesgadas o sean abiertamente falsas. Desvirtuar una narrativa resulta muy complejo por esa interrelación entre verdades y mentiras en un tejido discursivo, que parece equilibrado, pero cuyo único objetivo es el de consolidar una visión que se vuelva verdad inobjetable.
Todo país que ha tenido algún conflicto interno desarrolla, con posterioridad, un ejercicio de narrativa. La encontramos en los libros según la cual la Primera Guerra mundial fue causada por la ambición de los alemanes, austro-húngaros y turcos de imponer su agenda imperial mundial sobre las virtuosas democracias parlamentarias. Claro que de eso hubo, pero se desconoce el decidido papel del Reino Unido, Francia y la Rusia zarista por asfixiar a las naciones de Europa Central atizadas por el revanchismo francés después de la derrota de 1870, el deseo expansionista ruso y el papel imperialista mundial de Gran Bretaña y su marina durante más de dos siglos.
Narrativa poderosa es la de la Guerra Civil española (1936-1939). Hoy los textos de historia afirman que la Segunda república española (1931-1939) fue un régimen de libertades, progreso y tranquilidad aplastado por un ejército controlado por los totalitarismos italiano y nazi. Claro que los alemanes e italianos participaron en esa guerra en el bando nacional. Pero desconocen los horrores cometidos durante la República, el asesinato de opositores, la violación de las libertades públicas y religiosas o la tolerancia con la violencia política sistemática ejercida por grupos de izquierda y anarquistas sobre sectores enteros de la sociedad, que apenas se mencionan en el relato actual.
Narrativa es aquella que afirma que los miles de colombianos secuestrados por las Farc eran debidamente tratados en las prisiones, negando los testimonios y evidencias fácticas de la crueldad a la que fueron sometidos en sus largas cautividades. Narrativa es sostener que los menores de edad no formaban parte de las fuerzas de la guerrilla y que, cuando lo hacían, engrosaban con entusiasmo y libertad las filas del ejército popular donde eran respetados y valorados. Lo triste de estos ejercicios, es que son disfrazados de supuestas investigaciones y de ‘rigurosas’ metodologías cuando es un ejercicio de travestismo de los hechos.
Lo que está detrás de las narrativas es contaminar la historia, con una sesgada lectura ideológica de los hechos pasados, y obtener réditos políticos en el presente.
MIGUEL GÓMEZ MARTÍNEZ
Presidente de Fasecolda
migomahu@hotmail.com