MARTES, 16 DE ABRIL DE 2024

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Miguel Gómez Martínez
columnista

Sin pasaporte ni visa

El desangre de nuestros presupuestos es hoy de proporciones venezolanas o nigerianas. Lo de Reficar no es sino un botón.

Miguel Gómez Martínez
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Miguel Gómez Martínez

Con razón, me critican mis lectores que no soy muy optimista ni positivo. Es cierto, y tiene mucho que ver con mi escepticismo natural. También hay que reconocer que en materia económica hace mucho que no tenemos noticias buenas. Tan escasas son, que Santos, en un cinismo desbordado, ‘celebra’ en las redes sociales que se aprobó la reforma tributaria para tapar parte del hueco fiscal generado por la mermelada.

Pero volvamos a lo agradable. Viajar es, sin duda, de los grandes placeres de la vida. Es una oportunidad para cambiar de ambiente, ver cosas diferentes, aprender y, sobre todo, para descansar de esta Bogotá sin calidad de vida. Colombia tiene varios destinos interesantes, pero hay uno que sobresale. No es Cartagena, que está sobrevalorada por la élite cachaca. Tampoco es Barranquilla, tan de moda. No es Cali, que lo tiene todo para ser un paraíso, pero que sigue con problemas serios.

Existe una ciudad que tiene carácter propio y nos hace sentir en el exterior. Sin pasaporte ni visa, tiene la virtud de mostrarnos que las cosas pueden funcionar bien. Las calles están limpias y sin huecos. La señalización es buena y no está deteriorada. Las vías de acceso a la urbe son buenas, lo que hace que sus habitantes puedan ir a municipios vecinos sin que sea un suplicio regresar a sus casas. Los guardas de tránsito, son respetados, las cebras peatonales están despejadas, los andenes pintados, los grafitos no son abundantes y cada semáforo no está lleno de vendedores ambulantes, saltimbanquis y mendigos.

Pero lo que hace la diferencia es la importancia que le dan a la cultura ciudadana. Durante varias administraciones, han vinculado a la ciudadanía a cuidar lo público y sentirse orgullosos de lo suyo. Sus habitantes entienden que lo más valioso no es la propiedad privada, sino la colectiva. Ellos mismos son los promotores del orden y se encargan de bloquear a quien no respeta lo que es de todos.

Es claro que estoy hablando de Medellín, un metrópoli con metro, tranvía, buses en carriles exclusivos y cables aéreos. Algunos dirán que estoy pasando por alto los temas de inseguridad, la delicada situación de algunas de las comunas y los crecientes problemas de movilidad. Otros señalarán que todavía las opciones gastronómicas son limitadas y que a la vida cultural le falta energía. Puede ser que ellos tengan, en parte, razón. Pero Medellín es una ciudad con calidad de vida, empeñada en limpiar su río, preocupada por el bilingüismo de su población, con planes de reordenamiento urbano y, así nos duela reconocerlo, con el único equipo de fútbol que es una verdadera empresa deportiva. Medellín está integrada a Antioquia y no como Bogotá, aislada hasta de sus municipios vecinos. En Medellín funcionan bien los servicios públicos, que son mucho más baratos. La capital de la montaña es la prueba de que las ciudades en Colombia podrían funcionar si no las entregaran a políticos bandidos como Samuel Moreno, o ineptos como Petro.

Coletilla: con 23 billones perdidos cada año en corrupción, mermelada, desgreño e ineficiencia, no hay reforma tributaria que alcance. El desangre de nuestros presupuestos es hoy de proporciones venezolanas o nigerianas. Lo de Reficar no es sino un botón.

Miguel Gómez Martínez
Asesor económico y empresarial
migomahu@hotmail.com

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