A medida que suben las temperaturas del verano, me he dedicado a uno de mis placeres favoritos en Nueva York: ir en bicicleta a trabajar a lo largo del glorioso sendero de ciclismo en el ‘lado oeste’ de la ciudad, junto a la brillante extensión del río Hudson.
Si bien la ‘Gran Manzana’ es famosa por los embotellamientos, los taxis amarillos y el enojo en las calles, uno de los grandes legados del mandato de Michael Bloomberg como alcalde de Nueva York fue la creación de carriles protegidos para bicicletas.
(CE, flexible ante gasto por lucha antiterrorista).
Lamentablemente, la red no abarca toda la jungla urbana. Pero hace que el ciclismo sea menos peligroso y más agradable. De hecho, el sendero de ciclismo en el ‘lado oeste’ es tan atractivo, pasando junto al agua y entre árboles recién plantados, que hay tráfico de bicicletas durante la hora pico en verano.
Pero este año, mientras pedaleo, puedo ver un cambio sutil: los carriles para bicicletas están salpicados de bolardos plateados colocados con precisión.
Un observador casual podría asumir que se trata de una medida de gestión del tráfico. No es así: hace 18 meses, un hombre llamado Sayfullo Saipov condujo un camión por una milla a lo largo de este sendero, matando a ocho personas e hiriendo a 11 en un acto de terrorismo.
La policía de Nueva York respondió inicialmente construyendo bloques de concreto poco atractivos alrededor del camino para evitar nuevos ataques. Pero ahora los ciclistas pedalean junto a la última manifestación de una tendencia del siglo XXI: la arquitectura antiterrorista urbana, en este caso, bolardos con estilo.
¿Es esto algo bueno? Es una pregunta interesante, dado que la mayoría de nosotros navegamos sin pensar este tipo de defensivo mobiliario urbano todos los días. Y aunque es cada vez más omnipresente, las posturas dentro la comunidad arquitectónica son claramente divergentes.
Por supuesto, la idea de configurar ciudades con la seguridad en mente no es nueva. Cuando crecí en Londres en la década de 1990, las autoridades anunciaron con orgullo que estaban convirtiendo a la ciudad en un “anillo de acero” para disuadir los ataques del Ejército Republicano Irlandés (IRA, pos sus siglas en inglés) con puestos de control y desvíos de tráfico.
La policía incluso retiró los contenedores de basura (lo cual era irritante), en caso de que hubiese bombas ocultas. Muchas otras ciudades también han erigido barricadas y estructuras de protección.
Pero lo que ha cambiado en la última década es que, si bien los planificadores urbanos solían implementar estas medidas de forma altamente visible, para tranquilizar al público y/o disuadir los ataques, ahora hay presiones para ocultarlas.
¿La razón? Ningún alcalde de la ciudad quiere admitir que teme a los terroristas, en caso de que esto frene la confianza empresarial, mantenga alejados a los turistas, o simplemente alimente más temor entre la población. Al mismo tiempo, no pueden darse el lujo de ignorar las amenazas de seguridad.
“Es imposible satisfacer ambas necesidades”, explicó el alcalde de una metrópolis europea en una conferencia del Financial Times sobre ciudades, celebrada recientemente en Chicago.
Así que los planificadores urbanos han respondido creando una nueva escuela de diseño antiterrorista que intenta canalizar el comportamiento humano hacia patrones “más seguros” (más protegidos) sin que nadie se dé cuenta, o se sienta demasiado intimidado. Al hacerlo, se han basado en conocimientos de las ciencias sociales y de la ingeniería.
En Inglaterra, algunos estadios de fútbol, como Old Trafford, hogar del Manchester United, han instalado barricadas casi ocultas en las calles que pueden erigirse en una crisis.
En Nueva York, un diseñador llamado Joe Doucet mostró recientemente un grupo de asientos de concreto impresos en 3D en Times Square; a pesar de que parecen muebles de calle con estilo, servirán como una barricada, porque pesan una tonelada y están unidos por varillas de acero.
En Italia, el arquitecto Stefano Boeri está instalando “macetas antiterroristas” en espacios urbanos. Llenas de tierra y plantas, son tan resistentes al impacto como el concreto, dice.
Y en Noruega, el barrio del Gobierno de Oslo ha sido rediseñado desde el ataque terrorista de 2011 para eliminar el tráfico de las cercanías y mejorar la vigilancia, aunque de una manera que usa mucho vidrio.
Algunos arquitectos consideran que estas innovaciones son un signo del ingenio del sector. Otros sostienen que son una reacción exagerada ante los horribles, pero en última instancia, casos raros de terrorismo en nuestras ciudades. Después de todo, argumentan, la posibilidad de que un ataque terrorista afecte a un solo miembro de la población urbana ha sido estadísticamente pequeña en los últimos años, en comparación con otras amenazas.
Al instalar estos dispositivos de seguridad ocultos en nuestras ciudades, estamos efectivamente normalizando la idea de que vivimos en un estado de “ataque” constante.
Siento cierta simpatía por esos detractores: mientras voy en bicicleta junto al Hudson, esas nuevas barricadas de plata son intrusivas. Pero también puedo ver el desafío que enfrentan los líderes urbanos: los votantes de hoy no tolerarán la inacción si se percibe que crea más riesgos.
Por lo tanto, es probable que estas intervenciones arquitectónicas antiterroristas sigan proliferando. Piensa en eso la próxima vez que pases por un ‘erizo checo’, o trampa de tanque, en la forma de una maceta o un bolardo plateado; y decide si son un signo del ingenio humano o una capitulación al miedo. De cualquier manera, es un triste reflejo de nuestra era.
Gillian Tett