El alcalde de Villanueva (Santander) le advirtió a Hernán Chaparro que se iba a acordar de él cuando el avión despegara.
“Me dijo que me iba a subir un escalofrío de los pies para arriba”.
Era el primer viaje en avión de Hernán, un menudo campesino que viajó de Bucaramanga a Bogotá para participar en el lanzamiento del libro ‘El negocio de la vida.
Historias con corazón’, en el que Bancamía, bajo la dirección editorial de Melba Escobar, recogió historias ejemplares de sus clientes en el país.
El de Hernán es el relato sobre cómo con un préstamo inicial de 1,5 millones de pesos, y luego otro por 3,5 millones, logró recuperar lo perdido por una cosecha de patilla acosada por el invierno e, incluso, comprar ganado y los derechos de la finca a sus hermanos.
“El que nada debe nada tiene”, dice Hernán, al hablar durante la presentación del libro, celebrada ayer en Bogotá.
Se ve nervioso y no lo esconde: “soy muy campesino para hablar”, soltará más adelante.
Luego, cuando conversamos a solas, se suelta más: su lengua va a la misma velocidad que el avión en el que debutó como pasajero, y cuenta también que ahora tiene pensado sembrar 1.000 palos de maracuyá para seguir pagando lo que debe y comprar una camioneta.
El vehículo lo necesita para llevar hasta el mercado de San Gil la carga de fruta fresca.
“Uno progresa con la cabeza, no con ninguna otra cosa”, explica Hernán, quien tiene la habilidad de hacer cálculos mentales con sorprendente rapidez y exactitud.
Su objetivo es seguir creciendo, por eso no duda al decir que seguirá pidiendo préstamos “hasta que muera”, pero aclara que siempre hay que tener “un as bajo la manga” para poderlos pagar.
En su caso, esa carta escondida no es otra que el trabajo duro. Hernán se levanta todos los días a las 4:30 a.m., se toma un café, reza tres oraciones y comienza a trabajar en lo que su finca le exige.
Luego, a las 7:30 a.m. desayuna, continúa en sus labores y a las 11:30 a.m. se detiene para almorzar. Descansa hasta las 2 p.m. y vuelve a lo suyo.
Esa es la rutina que domina su finca, la misma que espera ver desde la ventanilla del avión de regreso, sin sentir ningún escalofrío.