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27 jun 2015 - 12:30 a. m.

La curiosa crisis de un soltero acaudalado

Grinda se enfrenta al dilema de llegar a los 40.

Grinda pasa haciendo las valijas por sus continuas mudanzas y viajes.

Archivo particular

Grinda pasa haciendo las valijas por sus continuas mudanzas y viajes.

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Durante un tiempo, vivió en una propiedad de ocho hectáreas en Bedford, Nueva York, atendido por un mayordomo a quien le pagaba 50.000 dólares al año, y organizaba grandiosas fiestas para 60 invitados o más.

Sin familia ni un jefe ante el cual responder, podía ir a esquiar a Utah obedeciendo a un capricho, y trabajar cuando lo quisiera, en tanto tuviera un wifi decente y una señal celular fuerte.

En ocasiones, cuando estaba inquieto, salía a pasear en su auto deportivo McLaren de 300.000 dólares. Durante los fines de semana, podía pasar la noche en su segunda casa de 13.000 dólares al mes en Manhattan, cerca del Madison Square Park.

Pero mientras se acercaba a los 40 años de edad, Fabrice Grinda, un emprendedor tecnológico francés con un valor neto estimado de 100 millones de dólares, no podía sacudirse la sensación de que algo estaba terriblemente mal.

Estaba teniendo una crisis de la mediana edad, a la inversa. “La gente cumple 40 años y habitualmente compra un brillante auto deportivo”, dijo Grinda, en un hotel boutique céntrico. “No dicen: ‘Voy a hacer recortes en mi vida y renunciar a todas mis posesiones para enfocarme en las experiencias y las amistades”.

Pero eso es exactamente lo que hizo Grinda. Se mudó de la casa de Bedford en diciembre de 2012, abandonó el departamento en la ciudad y se deshizo del McLaren. Donó ropa, equipo deportivo y utensilios de cocina a la Iglesia de San Francisco Javier, en el Bajo Manhattan.

La llamó “la muy grande reducción”: iba a recorrer el mundo, trabajando sobre la marcha mientras se hospedaba con amigos y familiares. Estaba organizando las cosas intencionalmente para tener la oportunidad de enfocarse en lo que era importante en la vida. “Cuando hice recuento de las cosas que más me importaban”, dijo, “eran las experiencias, las amistades y la familia; en nada de lo cual había invertido mucho, en parte porque estaba demasiado ocupado, y en parte porque me sentía anclado por mis posesiones”.

Supuso que todos estarían felices de verlo. Pero como escribió Benjamin Franklin: “El pescado y los visitantes apestan a los tres días”.

Su primera escala fue Miami. Grinda se hospedó con un amigo de la niñez, Olivier Brion, en la casa que éste compartía con su esposa, Hélène, y su hijo pequeño.Poco después de su llegada, hubo problemas. La visita duró toda una semana.

En total, Grinda se hospedó con unos 15 amigos y familiares en los primeros meses de 2013. Una vez que se dio cuenta de que sus días como huésped errante estaban contados, Grinda decidió cambiar su enfoque: siguió viajando, pero ahora rentaba departamentos en Airbnb o se hospedaba en hoteles de lujo.

Eso también representó problemas. Las tasas de ocupación son altas en las ciudades donde trabajaba por varias semanas a la vez.

Fraguó un nuevo plan: sus amigos y familiares acudirían a él. Pero Grinda olvidó considerar que no todos viven como él lo hace. Por un lado, había programado las vacaciones en la isla Anguila durante el ciclo escolar, lo cual significó que sus amigos con hijos no podían ir. Unas 50 personas hicieron el viaje.

Ahora, es residente en la República Dominicana y realiza dos fiestas al año. El costo: unos 25.000 dólares por cada una. Grinda dijo que ha aprendido mucho sobre su ‘muy grande reducción’. Se reconectó con viejos amigos, aún cuando eso significó molestarlos un poco, y reavivó su relación con su padre. Y ya no está en contra de la idea de tener un domicilio fijo.

COMPLEJA VIDA PARA TENER UNA RELACIÓN

Recientemente se separó de Otilia Aionesei, una ex- modelo que trabaja en una empresa incipiente de tecnología, con quien había estado saliendo, intermitentemente, por dos años. El problema fue su falta de una casa compartida. “Si quieres ser su novia, esta es la vida que debes llevar”, dijo Aionesei. “A mí me gustan las cosas sencillas, ver películas en el mismo sofá”.

Grinda tenía una opinión diferente. “Viajamos mucho y tuvimos experiencias maravillosas juntos”, dijo. (A su madre le preocupa que nunca siente cabeza. “Si él es feliz, está bien”, comentó, “pero no me gustaría ser su novia”).

Laura M. Holson

The New York Times

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