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14 sept 2013 - 2:36 a. m.

Las escritoras en el mundo de los hombres

Ellas se adelantaron a su tiempo y quisieron abogar, a través de las letras, por sus derechos reprimidos

Las escritoras en el mundo de los hombres

Archivo Particular

Las escritoras en el mundo de los hombres

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“A la literatura grande se entra con dolor y lágrimas”. Esta frase de la premio Cervantes catalana Ana María Matute puede ilustrar las dificultades que a lo largo de la historia tuvieron las mujeres que quisieron ser escritoras en un mundo dominado por los hombres, y en el que no había espacio para las mujeres, bien por prejuicios o por estar a la sombra de sus maridos.

Virginia Woolf -quien ya dijo que pasaría mucho tiempo ante de que una mujer se pusiera a escribir sin que surgiera el fantasma que debe asesinar-, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Emilia Pardo Bazán, Elsa Morante, Josefina Aldecoa, Silvia Plath, las hermanas Brönte, María Luisa Bombal o María Moliner son algunas de las muchas mujeres a las que les costó destacarse para mostrar su faceta creadora.

EL SEUDÓNIMO MASCULINO ERA LA SOLUCIÓN

Para conseguir su fin, muchas veces tuvieron que escribir a escondidas, otras con seudónimo y otras muchas con grandes penurias, siempre relegadas a un segundo plano.

En la historia quedará ya como algo inédito la imagen de la inglesa Charlotte Brönte (1816-1855) escondiendo el manuscrito de ‘Jane Eyre’ para ponerse a la tarea de pelar patatas como ella, sus hermanas Emily (1818-1849) y Anne (1820-1849) tuvieron que esconderse bajo seudónimos masculinos.

Prejuicios, vergüenza, discriminación, miedo, injusticia, son solo algunas de las palabras que la sociedad impuso a las mujeres por su deseo vital de expresarse con la literatura.

La escritora española Rosalía de Castro (1837-1885) se quejaba de que no había momento en el que no lé recordaran que debía dejar la pluma y dedicarse a zurcir los calcetines de su marido.

Y la también gallega Emilia Pardo Bazán (1851-1921), una de las mujeres mas ilustradas y descendiente de una noble familia, abogó por la educación de la mujer, y a pesar de su posición social fue relegada por su condición de mujer.

Bazán se negó a escribir con seudónimo, pero tuvo que sufrir la burla y el menosprecio de escritores y académicos. Fue rechazada para entrar en la Academia de la Lengua, al igual que Concepción Arenal y Gertrudis Gómez de Avellaneda.

Una injusticia de la Academia de la Lengua Española que arrancó, precisamente, con la escritora cubana Gertrudis Gómez de Avelladena, nacida en Puerto Príncipe, hoy Camagüey, en 1814 y muerta en Sevilla en 1873.

Ella fue una de las dramaturgas más importantes de su época, que se adelantó a su tiempo al reivindicar la independencia y capacidad de decisión de las mujeres. De educación liberal, y tras negarse a contraer matrimonio en Cuba, viajó con su familia a Europa, donde entró en contacto con la literatura romántica del momento, representada por Víctor Hugo, Chateaubriand y Lord Byron.

Con el seudónimo de ‘La Peregrina’ publicó sus primeros versos en diferentes periódicos y en 1841 publicó su primer libro en Madrid, ‘Poesías de la señorita Doña Gertrudis Gómez de Avellaneda’.

También a la zaragozana María Moliner (1900-1981), la creadora de uno de los mejores diccionarios de la Lengua, la Academia Española rechazó su trabajo.

A LA SOMBRA DE SUS MARIDOS

Otras mujeres en el mundo tuvieron que vivir a la sombra de sus maridos, como la chilena María Luisa Bombal (1910-1980), injustamente olvidada por los miembros del denominado ‘boom’ latinoamericano. Así mismo, entre las escritoras a la sombra de sus maridos se destaca la italiana Elsa Morante (1912-1985), quien quedó eclipsada por la fama del escritor y periodista italiano Alberto Moravia. O la española Josefina Aldecoa (1926-2011), esposa de uno de los escritores más representativos de la generación de los 50 en la España de la posguerra. Lista a la que habría que añadir a la poeta norteamericana Silvia Plath (Boston, 1932-Reino Unido, 1963) quien se suicidó metiendo la cabeza en el horno del gas, tras dar el desayuno a sus hijos.

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