Con su trabajo como maestros de construcción han sacado adelante a seis hijos. Cada uno tuvo dos antes de formar su hogar, y entre ambos tuvieron dos niñas más.
Los contratan para hacer trabajos de remodelación, plomería y de instalaciones eléctricas. Los dos lo hacen todo. Su vida transcurre entre escombros, barro, polvo, cemento, palustre, martillo, metro, pintura, rodillo, maceta y cincel.
En los 21 años que llevan juntos han logrado construir su casa de dos pisos en el barrio Molinos de Bogotá, usando su propia mano de obra.
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Él empezó en el oficio hace unos 30 años cuando al terminar su bachillerato en un colegio público de Santa Marta, no tuvo la posibilidad de ingresar a la universidad. Cuando tenía 19 años un amigo lo llevó a trabajar en una obra de construcción donde inició como ayudante de obra. Lo que Hugo no sabía era que ese día también se había ‘graduado empíricamente’ como maestro de construcción y que ese iba a ser su oficio para el resto de su vida laboral.
No era lo que él estaba buscando, pero siempre fue consciente de que si no podía estudiar una carrera porque no tenía quién lo apoyara económicamente, debía empezar a generar ingresos.
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Poco a poco se fue sintiendo bien en el oficio y, hoy, 30 años después, asegura que, en su momento, tomó la decisión correcta.
Víctor Hugo duró unos cinco años de ayudante y luego empezó a hacer algunos trabajos solo. “En la medida en que uno va aprendiendo empiezan a contratarlo para realizar tareas específicas”.
Su carrera estaba decidida: tenía claro que la ‘universidad de la vida’ lo convertiría en maestro de construcción. Académicamente, lo máximo que logró fue un curso en el Sena y asistió a algunas actividades de capacitación.
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ALUMNA Y ESPOSA
Este samario tiene una particularidad en su vida. Hizo la carrera práctica de maestro de construcción y su primera alumna fue su esposa. Él es el instructor de María Cristina, quien poco a poco ha ido aprendiendo a realizar trabajos, aunque la mayoría del tiempo lo dedica a ayudarle a Víctor Hugo, su profesor.
Aunque a esta pareja no le ha quedado grande ningún trabajo, él dice que lo más difícil de su oficio es construir las bases de una edificación, por cuanto toca mover tierra y hacer cimientos. “Trabajar en el barro es muy duro”, dice. Sin embargo, admite que esto ha ido cambiando gracias a la existencia de maquinaria especializada que facilita el trabajo.
Esta pareja de expertos en obras de pequeña construcción está capacitada para hacer remodelaciones, reparación de daños, pintura de edificaciones, obras de plomería y revisión de instalaciones de energía, entre muchas actividades más.
Sin embargo, Víctor Hugo dice que le gustaría aprender más de energía y mejorar sus conocimientos en tendencias de diseño.
Aunque este es considerado un oficio de alto riesgo, Víctor Hugo y María Cristina han salido bien librados en materia de accidentes laborales. “Lo más común es que uno se ‘aplaste’ un dedo, se corte con un alambre o un vidrio, o se lastime mientras realiza un trabajo”. Ellos dicen que el cemento y la pintura ya no les afectan las manos, porque luego de dos décadas de realizar la misma tarea les aumenta la resistencia de la piel.
Afirman que los principales problemas de salud no son generados por accidentes sino por el contacto con la tierra y el polvo, lo que les genera gripa de manera constante. En su opinión, el catarro y la afección pulmonar son las enfermedades más comunes de las personas que trabajan en el sector de la construcción.
HONESTIDAD Y CUMPLIMIENTO
Víctor Hugo y María Cristina siempre han tenido trabajo. Ellos saben que esto se da gracias a su honradez. Tras 20 años de prestar sus servicios en Bogotá nunca han recibido un reclamo de los dueños de los sitios donde realizan obras. “En este oficio se premia la honestidad y se incentiva de calidad y el cumplimiento”, dice María Cristina. “A nosotros nos contratan para realizar un trabajo y nos dejan todo el día solos en una casa o apartamento, sin ningún problema”.
Y es que en este oficio la honradez es clave. De hecho, muchos de los trabajos se realizan sin firmar un solo papel y sin recibos. “Aquí la palabra es muy importante, sostiene Víctor Hugo.
Pero la microempresa de la familia Gámez-Barreto no se dedica solamente a hacer trabajos de construcción a pequeña escala. Ellos han construido casas completas e incluso han sido contratados para encargarse del mantenimiento en edificios de urbanizaciones.
Hasta hace unos años, era común que María Cristina se quedara unos días en la casa o realizar oficios en casas de familia, porque en algunas obras se negaban a aceptar la presencia de mujeres. “Eso ha cambiado mucho. Ahora, a las mujeres nos han dado más opción de trabajar”.
A diario, Víctor Hugo y María Cristina se levantan hacia las 5:00 de la mañana para enviar a sus hijas al colegio y luego desplazarse al sitio de trabajo, ya que la mayoría de veces deben atravesar Bogotá, de punta a punta, en recorridos que pueden durar entre una y dos horas.
Ser maestro o ayudante de construcción es un oficio duro, pero esta pareja ‘cachaco-costeña’, los ve como su forma de vida y la razón de ser de una relación ‘sellada con concreto’.
Edmer Tovar Martínez
Editor Portafolio