La gota es una enfermedad que se conoce desde hace siglos las últimas investigaciones han demostrado que se trata de un trastorno en el que participa el sistema inmunológico y en el que hay un importante componente hereditario.
Además, después de mucho tiempo han aparecido nuevos fármacos que disminuyen, en gran medida, uno de los problemas fundamentales: la alta tasa de ácido úrico en la sangre.
El ácido úrico elevado circulando en la sangre ocasiona la formación de cristales de este ácido en forma de agujas que, si se depositan en las articulaciones, provocan ataques de gota.
El galeno inglés Thomas Sydenham, primero en describir esta enfermedad, afirmó que “La gota ataca, en la mayoría de los casos, a aquella gente mayor que en tiempos anteriores vivió de manera opulenta, con comidas abundantes acompañadas de vino y otros licores y que luego se volvieron más perezosos, dejaron de un lado el ejercicio físico al que estaban acostumbrados en su juventud (...)”.
Pero para Pedro Barceló, jefe del Servicio de Reumatismo del Hospital Universitario Vall d’Hebron, de Barcelona, “la gota no es una enfermedad de ricos” y esa fue una teoría que se utilizó en épocas pasadas, para diferenciarla de otras enfermedades reumáticas.
“Se llama gota porque se identificaba con la teoría de los humores acuosos, una de las tesis clásicas de la medicina.
Lo imaginaban como si cayera una gota de ciertos humores acuosos malignos en determinadas articulaciones, sobre todo en la primera articulación de ambos pies, y por eso se producía la inflamación”, dice Barceló.
El ataque de gota aguda suele comenzar de manera súbita.
“Es una artritis que progresa muy rápidamente y, en pocas horas, aparece una inflamación importante en la articulación con enrojecimiento y mucho dolor y con una característica muy importante, que existe una hipersensibilidad cutánea”, señala el médico.
Por eso, cuando se describió por primera vez, “se decía que la gota se producía cuando el gallo canta; es decir, de madrugada”.
En ese momento el paciente tenía mucho dolor y ni siquiera toleraba el peso de las sábanas sobre la articulación afectada, hasta el punto que, incluso, caminar por la habitación le molestaba.
En cuanto aparece el primer ataque de gota hay que hacer un tratamiento, vigilar las tasas de ácido úrico, la alimentación, sobre todo el consumo de alcohol, y utilizar algún medicamento si la tasa de ácido úrico en la sangre es alta.
No es sólo un asunto de ricos
Alejandro Ramírez Peña
No recuerdo el día preciso, pero sí el doloroso amanecer que tuve en ese año del nuevo milenio.
Lo primero que pensé fue que había dormido sobre mi pie izquierdo o en una muy mala postura como para sentirlo tan caliente y con una inflamación que me impedía caminar.
Así comenzó mi convivencia con la denominada enfermedad de los reyes, o de los ricos, y lo peor de este padecimiento: no pertenecer a ninguno de estos dos grupos.
Lo que siguió a este intenso dolor fue la primera de muchas visitas a los servicios de urgencias donde, después de unos análisis, me diagnosticaron gota.
Ahí comencé a indagar de dónde podría provenir mi mal y la conclusión médica fue que era hereditario, pero aclaro, mis antepasados tampoco pertenecen a la realeza y ninguno se ha ganado el Baloto.
De ese momento hasta hoy, siendo consciente de que es una afección que se puede tratar más no curar, he aprendido que la lista de alimentos que no se deben consumir para evitar el aumento de ácido úrico es mucho más larga y penosa que la de las cosas permitidas, para quienes nos gusta comer mariscos, carnes rojas, embutidos o tomar vino tinto y otras clases de tragos.
En la actualidad, con manejo del estrés, ejercicio, una comida saludable (con uno que otro desorden periódico) y luego de un tratamiento con medicina biológica, llevo más de dos meses sin ningún episodio de gota y entendí que el control sobre esta enfermedad también depende de la vida y de los hábitos que se lleven.