El 2 de noviembre de 1990, durante una corrida en Palmira (Valle), el diestro colombiano César Rincón recibió de un toro una de las peores cornadas de su vida. La hemorragia que le causó la rotura de la arteria femoral y la vena safena en una pierna fue tan grave, que tuvo que ser sometido a una transfusión de emergencia.
El procedimiento le salvó la vida, pero lo puso en contacto con un peligroso virus, el de la hepatitis C, que prácticamente lo sacó de los ruedos. Tras años de una durísima lucha contra esta enfermedad, y completamente recuperado, el torero lidera de la mano de la Asociación Colombiana de Hepatología, una campaña para conscientizar a la gente sobre la existencia de la hepatitis C.
“Quiero decirle a la gente que se puede prevenir, que se puede tratar si se encuentra a tiempo y que si uno es perseverante con ella, siempre hay esperanzas. Creo que hoy las cosas son más fáciles. Solo quiero aportar un grano de esperanza a todos los que la padecen”, afirma Rincón.
En eso coincide Yanette Suárez Quintero, presidenta de la Asociación, quien aporta las siguientes respuestas a preguntas claves sobre esta peligrosa y silenciosa enfermedad.
¿Qué es?
La hepatitis C es una inflamación del hígado que puede ser crónica. Es producida por el virus de la hepatitis C. Hoy es una enfermedad de la cual muy pocos tienen conocimiento.
¿A cuántas personas afecta?
Se estima que en el país hay más de 300.000 habitantes portadores; sin embargo, en una encuesta reciente llevada a cabo por Datexco en cuatro ciudades del país, se reportó que hasta el 54 por ciento de los encuestados ignoraban qué es la hepatitis C.
¿Cómo se transmite?
El virus C puede transmitirse a través del contacto con sangre contaminada con el virus. Esto puede ser más común entre pacientes que recibieron transfusiones antes de 1992. Vale recordar que fue hasta ese momento cuando se contó con las pruebas de laboratorio que permitían establecer si la sangre contenía el microorganismo o no.
¿Quiénes están en mayor riesgo?
Aquellos que comparten agujas para inyectarse drogas u otros elementos personales de portadores del virus.
¿Qué síntomas produce?
Nueve de cada diez personas que están en contacto con el virus C no presentan síntomas. Con frecuencia, la infección se diagnostica por otros motivos. En la fase aguda, sólo un 5 por ciento de los afectados tiene un cuadro típico de cansancio, falta de apetito, coloración amarillenta de la piel, orina oscura, heces de color blanquecino y prurito generalizado. En otros, la enfermedad pasa con síntomas similares a los de una gripa.
¿Y si se vuelve crónica?
En general, los afectados dicen sentirse muy cansados y pueden perder el apetito. Cuando la enfermedad está avanzada puede aparecer hinchazón en las piernas y abdomen, alteraciones en la coagulación de la sangre con aparición frecuente de hematomas o hemorragias por las encías o nariz. La piel amarillenta puede, en estadios avanzados, tornarse más oscura. Otras complicaciones frecuentes son la aparición de várices esofágicas que pueden sangrar o la encefalopatía hepática (los pacientes aparecen confusos y desorientados).
¿Se puede tratar?
Existen tratamientos que pueden eliminar el virus en el 85 por ciento de los casos. La duración de estos depende de la respuesta de cada paciente, pero pueden abarcar hasta dos años de intervención continua. La evolución crónica, que da paso a la cirrosis o al cáncer, puede requerir trasplante hepático. Eso no excluye el tratamiento para el virus.
¿Qué hacer?
Lo primero es prevenir, reduciendo las posibilidades de entrar en contacto con el virus. Lo segundo es detectarlo a tiempo para lograr tratamiento oportuno.
Si una persona recibió transfusiones hace más de diez años o usa o ha usado jeringas potencialmente contaminadas, conviene que consulte.
REDACCIÓN SALUD