Nos encontramos en un momento crítico en lo que se refiere al cambio climático. Tendremos que alterar nuestra trayectoria rápidamente si queremos tener una buena posibilidad de limitar el aumento promedio de la temperatura mundial a menos de 1,5 grados centígrados por encima de los niveles preindustriales. Ése era uno de los objetivos del Acuerdo de París de 2015.
Lograrlo significaría reducir drásticamente las emisiones a partir de ahora. Pero es muy poco probable que esto suceda. La razón ya no es que sea técnicamente imposible; es que es políticamente doloroso. Estamos más bien decididos a colocar una irreversible apuesta en nuestra capacidad para lidiar con las consecuencias de un aumento mucho mayor de hasta incluso 2 grados centígrados. Nuestra progenie considerará esto un auténtico crimen.
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El más reciente informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) cubre las consecuencias de un calentamiento de tan sólo 1,5 grados centígrados y también los medios para lograrlo. Se lee como una reductio ad absurdum (prueba por contradicción): una demostración de la inverosimilitud de su premisa. Pero también deja en claro los riesgos que corre el mundo si se ignora este límite: la vida sobrevivirá, pero no la vida que conocemos.
Detrás de este informe se encuentra la idea del Antropoceno, una era en la cual la actividad humana se ha convertido en una influencia dominante en el planeta. El estudio ha señalado que el aumento en las concentraciones globales de dióxido de carbono (CO2) es de 20 partes por millón por década. Esto es hasta 10 veces más rápido que cualquier aumento sostenido de CO2 durante los últimos 800.000 años.
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La época anterior con concentraciones de CO2 similares a las actuales fue el Plioceno, hace 3-3,3 millones de años. En la actualidad somos nosotros los moldeadores del planeta. Esto debiera transformar nuestra forma de pensar. Lamentablemente, no lo ha hecho.
El punto de partida de cualquier análisis deben ser los abrumadores argumentos teóricos y empíricos del cambio climático antropogénico.
No hace mucho tiempo, la gente hablaba de una “pausa” en el calentamiento global. Pero eso fue un artefacto de una comparación entre un año con el fenómeno climático de El Niño (el calentamiento del Pacífico ecuatorial oriental) en 1997-98 con los años normales (aunque calurosos) que le siguieron.
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Pero El Niño de 2014-16 superó con creces el récord anterior. El aumento de las temperaturas medias por encima del promedio preindustrial ya es de aproximadamente 1 grado centígrado. Eso demuestra cuán difícil será mantener el aumento final por debajo de 1,5 grados centígrados, o incluso 2 grados centígrados. Bajo las “contribuciones determinadas a nivel nacional” (NDC, por sus siglas en inglés), de hecho estamos en camino a un calentamiento de 3-4 grados para 2100.
RECHAZO A LOS PLANES
Donald Trump ya ha repudiado el compromiso de EE. UU. Es probable que otros países también rechacen sus obligaciones.
Entonces, ¿qué debe cambiar si queremos tener una alta probabilidad de mantener el aumento de temperatura final por debajo de los 1,5 grados centígrados? Las emisiones netas globales de CO2 tendrían que reducirse a cero poco después de 2040, y otras fuentes de cambio climático - como las emisiones de metano y óxido nitroso, por ejemplo - también deberían reducirse comenzando en 2030. Una reducción en las emisiones netas de CO2 a cero para 2055 solamente hace probable que el aumento de temperatura sea inferior a 2 grados centígrados.
Una diferencia de medio grado es sorprendentemente importante. El IPCC ha afirmado que “se proyecta que la limitación del calentamiento global a 1,5 grados centígrados reduzca los riesgos para la biodiversidad marina, para las pesquerías y para los ecosistemas, y para sus funciones y servicios para los seres humanos, como lo han demostrado los recientes cambios en el hielo marino del Ártico y en los ecosistemas de arrecifes de coral de aguas cálidas”. Esto realmente importa.
El informe analiza una serie de caminos diferentes hacia el logro de la enorme reducción de emisiones que requiere la meta de 1,5 grados centígrados. Las emisiones de la industria tendrían que disminuir en un 75-90% para 2050, en comparación con las de 2010. Esto requeriría una combinación de electrificación, hidrógeno, materias primas sostenibles de origen biológico y sustitución de productos.
Estas opciones están técnicamente probadas, pero su implementación a escala planetaria es otro asunto. Las reducciones de emisiones mediante la mejora de la eficiencia - aunque vital, como lo sostiene Amory Lovins del Instituto de las Montañas Rocosas - serán inadecuadas. También será necesario implementar grandes cambios en la infraestructura y en la planificación urbanas. La agricultura tendrá que pasar a la producción de cultivos energéticos a gran escala. También será necesario capturar y almacenar carbono a gran escala.
CAMBIAR EL RUMBO
En definitiva, necesitamos cambiar inmediatamente el rumbo del mundo hacia un camino de inversión y de crecimiento diferente. Esto es técnicamente más posible de lo que solíamos pensar. Pero políticamente es extremadamente desafiante. Por encima de todo, el cambio climático involucra enormes problemas distribucionales: entre los países ricos y los pobres; entre los países que causaron el problema y los que no lo causaron; entre los países que importan para la solución y los que no; y, no menos importante, entre las personas de la actualidad que toman las decisiones y las personas del mañana que sufrirán las consecuencias.
Las tendencias naturales son ya sea no hacer nada, mientras se insiste en que no existe problema alguno, o acordar que existe un problema, mientras que simplemente se pretende actuar al respecto. No está claro cuál forma de ofuscación es peor.
Una línea argumental en contra de actuar es que no sabemos cuán costoso resultará ser el cambio climático. Pero este argumento evidentemente es un arma de doble filo. La escala de la incertidumbre es un argumento para la acción, no la inacción. Nadie realmente sabe cuáles son los riesgos que la humanidad al final habrá corrido al continuar en su actual curso.
Pero sí sabemos que es muy probable que nuestros descendientes terminen en un planeta diferente, sin posibilidades de poder volver al nuestro. La apuesta de que nuestros descendientes se las arreglarán puede ser correcta. Pero también puede estar desastrosamente equivocada. La elección sensata seguramente debe ser preservar el planeta que tenemos.
Sin embargo, hacer eso, como ya ha quedado bastante claro, requiere un esfuerzo cooperativo a escala planetaria. No se logrará tomando medidas limitadas. Ésta es una escala de retos que los seres humanos históricamente sólo han enfrentado en tiempos de guerra y, además, solamente unos en contra de los otros. Las posibilidades de que haya una acción cooperativa parecen casi nulas en el mundo nacionalista de hoy en día.
Sólo hay que considerar la respuesta a este informe del IPCC - básicamente un bostezo colectivo - para darse cuenta de eso. Sin embargo, no nos engañemos: estamos arriesgando un mundo de un caos climático desmedido e incontrolable. Pudiéramos lograr unos resultados mucho mejores que eso.
Martin Wolf