El Manual de Frascati 2015, define la investigación y desarrollo experimental como el trabajo creativo y sistemático realizado con el objetivo de aumentar el volumen de conocimiento (incluyendo el conocimiento de la humanidad, la cultura y la sociedad) y concebir nuevas aplicaciones a partir del conocimiento disponible, incluyendo tres tipos de actividades:
(La investigación clínica quiere atraer capital extranjero).
1. Investigación básica que incluye en los trabajos experimentales o teóricos que se emprenden con el objetivo de obtener nuevos conocimientos acerca de los fundamentos de fenómenos y hechos observables, sin intención de otorgarles ninguna aplicación o utilización determinada;
2. Investigación aplicada son trabajos originales realizados para adquirir nuevos conocimientos y busca cumplir un objetivo práctico específico y
3. Desarrollo experimental que son trabajos sistemáticos que se fundamentan en los conocimientos existentes obtenidos a partir de la investigación o la experiencia práctica, para generar nuevos productos o procesos, o a mejorar los productos o procesos ya existentes.
(Orina, materia prima del primer ladrillo ecológico).
La inversión intensiva en investigación y desarrollo experimental es uno de los factores más determinantes en el éxito de los países al poder construir una economía propia, crecimiento económico basado en los resultados de investigación, desarrollo sostenible y una sociedad basada en el conocimiento. Las evidencias recientes con diferentes estudios han demostrado que cada dólar invertido en investigación y desarrollo experimental genera casi dos dólares de retorno, un informe de Science / Business del 2017 estimó que el rendimiento promedio de la inversión pública en investigación y desarrollo experimental fue del 20% en la decada anterior y sus resultados influyeron de forma positiva en toda la economía.
En este contexto, es fundamental que los hacedores de política pública y tomadores de decisiones cuenten con datos confiables, idoneos, pertinentes y precisos que permitan ver la investigación y el desarrollo experimental más como una inversión que como un gasto, al permitirles tomar decisiones bajo evidencia científica, analizar y comprender las capacidades actuales para fomentar la industria, el emprendimiento, responder mejor a eventos inesperados, aportar al bienestar de la población y definir escenarios futuros. Es así, como el proyecto del genoma humano liderado por USA en la decada de los 90s, reportó que por cada dólar invertido se reembolsaron 141 dólares en nuevos medicamentos, productos, servicios y empleo. En la Unión Europea la financiación de las tecnologías móviles durante 30 años y con alrededor de 380 proyectos de investigación, en la decada de los 80s y 90s logró cambiar los estándares de tecnologías transfronterizas y genero un crecimiento y uso masivo de los telefónos móviles a nivel global.
Estos resultados, coinciden con las tendencias de inversión en investigación y desarrollo experimental que muestran que diferentes países del mundo la han visto como una oportunidad para incrementar el crecimiento económico y el desarrollo, siendo países como Israel y Korea lo que más invierten con porcentajes por encima del 4% de su producto interno bruto, lo que los ha posicionado como países lideres en ciencia, tecnología e innovación y reconocimiento por basar su economia en la venta de productos y servicios intensivos en conocimiento y mejorar los estándares de desarrollo y bienestar de su población.
En los últimos años, la inversión en investigación y desarrollo experimental a nivel mundial y los países de la OECD se ha venido incrementando. El total mundial de acuerdo con el último dato disponible muestra una inversión del 1,72% del producto interno bruto (PIB) y para los paises de la OECD de 2,40% del PIB. En el caso de Colombia, las cifras son diferentes ya que la inversión se incrementó en el año 2014 y 2015, luego comienza a descender de nuevo y su cifra es 10 veces menor a los países de la OECD y 7 veces menos con respecto al mundo.
En este contexto y la situación actual, se muestra como los gastos en investigación y desarrollo experimental son prioritarios. Por ejemplo, Estados Unidos ha invertido casi 700 millones de dólares en investigación de coronavirus a través de los Institutos Nacionales de Salud que invierten cerca de 40 mil millones de dólares al año, estos institutos han contribuido con los 210 nuevos medicamentos aprobados por la FDA entre 2010 y 2016, y se acaban de aprobar 3 billones de dólares para investigación y desarrollo de vacunas contra el COVID-19, pruebas y tratamientos igualmente se están financiando, esto en su conjunto, actualmente los coloca como líderes mundiales en el desarrollo de la vacuna y soluciones para resolver la pandemia en asocio con varias de las universidades más prestigiosas, laboratorios privados y fondos públicos.
La Coalición para las Innovaciones en Preparación para Epidemias (CEPI por sus siglas en inglés), que fue lanzada en 2017 en el Foro Económico Mundial y es financiada por la Unión Europea, Gran Bretaña y varias fundaciones, es el organismo que coordina el desarrollo de vacunas, ha estimado que la inversión para desarrollar la vacuna contra el COVID-19 requiere 2 billones de dólares para su desarrollo y un billón de dólares para la fabricación y distribución, con el fin de disponer las dosis de vacunas requeridas a través de un sistema de asignación global justa.
Estos resultados muestran que el país debe comenzar a revisar la estrategia y los montos en inversión en investigación y desarrollo experimental, revisando refentes internacionales exitosos que han demostrado que estas inversiones son efectivas cuando las empresas, la academia y el gobierno trabajan en equipo para convertir nuevas ideas en empresas y negocios rentables con regulaciones y fuentes de financiación claras y transparentes que permitan generar el conocimiento que requiere el país, para que pueda responder a los retos actuales y a la población con soluciones basadas en el conocimiento que se traducen en un mejor sistema de salud, mayor productividad, mejores empleos y un desarrollo que respeta la riqueza natural del país.
Clara Inés Pardo Martínez
Post-doctora
Profesora de la Escuela de Administración de la Universidad del Rosario GSB y del Centro de Estudios para la Competitividad Regional – Score de la Universidad del Rosario.