Se acerca la gran cita de los colombianos con el vino, en la Feria Expovinos, del 31 de julio al 3 de agosto, en Corferias, con una de las ofertas más interesantes.
Este año, el tema central serán los vinos dulces, esos caldos a veces repudiados y vituperados, pues la posmodernidad los sometió a la tiranía de las dietas y el culto al cuerpo. Se elude todo lo que contenga la ‘venenosa’ azúcar, se le tilda de comida ‘chatarra’, ignorando que los grandes vinos dulces como los Portos, Madeiras, jereces y marsalas sobresalen como algunos de los más importantes de la historia de la humanidad.
(Para tomar buen vino no es necesario invertir mucho dinero).
Además, cabe destacar, el ser humano siempre prefirió los vinos dulces desde el principio de la historia hasta comienzos de la Primera Guerra Mundial, apenas en el 1914. Lo que quiere decir que la hegemonía de los vinos secos apenas completa 105 años, cifra pírrica si miramos los milenios donde el vino dulce fue preferido por el hombre.
La humanidad ama el sabor dulce. En las Cuevas de la Araña, que datan del séptimo milenio antes de Cristo, cercanas a la ciudad de Valencia (España), hay pinturas rupestres donde cavernícolas buscan con fruición un panal de abejas, codiciando ese sabor que tanto ama la especie humana. No en vano Freud sentenció que nuestros deseos infantiles son los más profundos y nuestro paladar anhela todo lo edulcorado recordando esa primera sensación de la leche materna.
La tumba de Tutankamón tenía varias ánforas con la inscripción “vino dulce”. Los vinos más célebres de la antigüedad casi siempre fueron dulces: El Pramnian, vino de los poetas en la isla de Lesbos, fue antecesor del quizás más célebre vino en mundo antiguo, solo digno de la mesa de los césares, llamado Falerno, elaborado con la uva amineum en las faldas del volcán Vesubio. Su mejor añada, la Opimiana, fue elaborada en el año 121 a. de C, llamada así por el consulado de Opimio durante ese año.
Siglos más tarde aparecería el misterioso Tokaji (Hungría), nacido por un error en la recolección de la uva, que se quedó colgada en el viñedo por temor de los recolectores, a las represalias de los ejércitos turcos y así la fruta concentró sus azúcares, alcanzando uno de los vinos dulces mas famosos del orbe; no en vano fue el favorito de la mesa de Luis XIV (El Rey Sol), quien lo designó “el rey de los vinos y el vino de los reyes”.
(Mejoran los indicadores sobre el consumo de vino en el país: Éxito).
Le siguieron muy de cerca el famoso vino dulce de Burdeos, conocido como Sauternes, que es atacado por un hongo llamado Botrytis que deshidrata la uva y le permite desarrollar al caldo una complejidad que lo transforma en un semidios vínico. A mediados del siglo XIX, apareció en las lejanas costas de Sudáfrica el Klein Constantia, que llegó a ser reseñado como el mejor vino del mundo, en su momento.
Y cómo olvidar las champañas que siempre se prefirieron dulces: Demi Sec o Doux (muy dulces) fueron las más buscadas durante toda la ilustración. Se dice que la moda consistía en tomarla del zapato de la dama pretendida amorosamente. En cambio, las champañas tipo Brut y Extra Brut (mas secas) se empezaron a apreciar mucho después.
AMPLIA OFERTA
Capítulo aparte merecen los vinos de Oporto dulces y fortificados a la vez, es decir se les añade alcohol de uva a 77% vol., para subirlos hasta casi los 21% de alcohol de manera artificial. Están los también los portugueses de la isla de Madeira que envejecían plácidamente en las naos invictas de los comerciantes de especias lusitanos. Cómo olvidar a el Marsala siciliano, que evoca su origen de la conquista árabe a la isla y su Marsa Allah que traduce: La puerta de Dios. Este fue el campeón del almirante Nelson, quien los requería como dotación imprescindible para su armada y se dice que él mismo fue transportado de manera póstuma en un barril de este vino, después de su deceso en Trafalgar. Y por supuesto, es imprescindible, el Jerez dulce natural, elaborado a partir de uvas Moscatel o Pedro Ximénez, que logró consagrarse como uno de los vinos favoritos de las mesas británicas. Este recuento de dulces maravillas podría continuar por muchas páginas, pero cabe destacar los germánicos eiswein o vinos de hielo, que resultan de vinificar uvas congeladas en las orillas del Rin y ahora con buen suceso en los helados viñedos canadienses.
Y claro, cómo dejar de lado los históricos vendages tardives alsacianos, o los chilenos y argentinos late harvest (cosecha tardía) los cuales esperan, pacientes, su último turno en la vendimia para regalar toda su dulzura.
José Rafael Arango
Juez Concurso Mundial de Bruselas