En los días de la historia que solo aparecerán como los del coronavirus, pasó desapercibido hace un par de semanas un fallo - o mejor, un “no fallo”- de la Corte Constitucional. Más que cambiar de tema quiero retomar uno importante, opacado por el virus como otras importantes discusiones. Con 25 millones de abortos peligrosos practicados entre 2010 y 2014 según la OMS, 45% de todos los abortos, en los que una vergonzosa participación del 97% es “ostentada” por América Latina, Africa y Asia, esta es una de esas discusiones, si que lo es.
Pues casualmente por los mismos días del fallo de la Corte, del colegio de mi hija pidieron a los padres escribir sobre la época del embarazo y contarles a nuestras hijas lo deseadas y esperadas que fueron. Hice pues la carta y entre otras le narré a mi hija todos los pros y los contras del embarazo, que en mi caso y por puro azar fueron más pros. Le narré, con fotos ilustrativas, lo feliz que había sido de cargarla esos 9 meses y lo agradecida estuve porque mi barriga y toda yo crecimos de forma relativamente decente. Le conté que habíamos viajado juntas varias semanas y se había portado de maravilla; le confesé que nunca tuve ningún antojo pero que aproveché para comer en exceso y hacerme consentir de todos alrededor; le revelé que estar embarazada era buenísimo porque te dan las mejores sillas, no hay que hacer filas y puedes parquear justo al lado de la entrada de los sitios. En fin, le describí que había sido un periodo maravilloso en que entendí que por eso, solo por poder estar embarazadas, las mujeres somos unas privilegiadas.
TODO ESO LE DIJE
Lo que no le dije es que no para todos es así. Ni para todas las mamás ni para todos los hijos. Esta es la segunda parte de esa carta. Para que mi hija que, a su tierna edad ya considera que las mujeres que abortan son como mínimo unas desalmadas, de pronto en unos años pueda ponerse en los zapatos de otras –la empatía es su mantra– y comprender que en esto, como en todo, las cosas no son blancas o negras.
EMBARAZO. PARTE II
Pero hija, también tienes que saber que hay mamás que no lo viven así . Hay mamás para las que su propia vida es suficientemente pesada como para traer hijos al mundo a tener una vida igual. Nunca pienses que una mamá que aborta es una mala persona. Es posible que no quiera que ese pequeño ser que tiene adentro venga a sufrir al mundo, de la misma manera en que ella sufre o en que los seres humanos nos sufrimos unos a otros.
Como tu, hijita, hay muchos que piensan que las mamás no deben abortar sino, en últimas, dar a su bebé en adopción. Es un tema complejo para debatir pero te puedo adelantar que hay miles de niños en hogares del Estado o de caridad, a la espera de ser adoptados o que ya definitivamente no lo fueron. Algunos de ellos salen adelante y logran hacer una vida. La mayoría, no. Tal vez juzgamos a las mamás que abortaron por querer evitar también esta suerte para sus hijitos. ¿Te acuerdas cuando fuimos a un hogar de niños abandonados y los más pequeñitos me abrazaban y me decían “mamá”?
¿Te acuerdas cómo otros deambulaban por los corredores mirando al infinito como tratando de encontrar algún sentido para su vida? ¿Qué me dices de los que ya eran adultos y jamás les habían dado un abrazo?
No olvides tampoco que este no es un asunto solamente de las mujeres. En cada embarazo, como ya lo sabes, interviene una mujer y también un hombre. ¿Qué podemos decir de los hombres que embarazan niñas y luego las abandonan? Peor aún, ¿de los que embarazan niñas y luego las persuaden o las obligan a abortar?, ¿cuál es el papel de los hombres en todo esto?, ¿solo el de censores y jueces? ¿Qué tal los embarazos producto de violaciones? Y la violación, te digo, no necesariamente tiene violencia de por medio. Violar también es aprovecharse de la inocencia de una niña o de una jovencita.
¿Cómo te parecen los que juzgan y condenan a la mujer que da por terminado su embarazo –porque así lo decidió o porque la obligaron o porque la persuadieron– pero también juzgan y condenan a la que decide tener a su hijo y entregarlo en adopción? Y si no, también juzgan y condenan a la que decide conservarlo a su lado pero no puede atenderlo adecuadamente porque tiene que trabajar de sol a sol para poder siquiera alimentarlo.
Sé que detestas que la gente juzgue, por eso te lo digo. Sé que te gusta siempre ponerte en los zapatos de los demás para evitar, tú misma, juzgar. Te invito a que en unos años, cuando puedas comprender mejor lo que significa el machismo y las muchas formas directas o soterradas de discriminación hacia la mujer, te pongas en todos y cada uno de los pares de zapatos que acá te he dejado planteados. Sé que lo harás y que serás capaz de no juzgar, de no condenar y de no criticar a tus congéneres, a las mujeres, en ésta y en muchas otras situaciones.
A quienes juzgan y condenan debemos preguntarles: ¿Han adoptado un niño abandonado?, ¿visitan regularmente hogares de niños y comparten con ellos?, ¿los abrazan?, ¿los llevan al cine?, ¿les enseñan algo por lo menos?
¿Ayudan a las madres solteras al sostenimiento de sus hijos? ¿Les ayudan con sus hijos mientras ellas trabajan?, ¿promueven la educación sexual y el uso de antoconceptivos?, ¿promueven la cadena perpetua o la exposición pública para los violadores?. Y por violadores me refiero tanto a los de cuello blanco como a los “comunes”. Si contestó “no” a todas las anteriores, usted no tiene autoridad moral para hablar en contra del aborto. Al menos sin sonrojarse un poco, digo.
María Carolina Lorduy
*Abogada. Experta en comunicación estratégica y negociación.