El reconocido economista colombiano Salomón Kalmanovitz acaba de publicar el libro ‘Obra selecta’, que reúne los que a su juicio son sus mejores ensayos en toda una vida dedicada al análisis de la economía del país.
¿Por qué un libro sobre ensayos y no sobre columnas?
Porque las columnas son un periódico de ayer. He tenido la idea de que si se saca un libro de columnas no se pude reeditar, por ejemplo, entonces se muere. Los ensayos son más perdurables. Quise reunir los que me parecen que mejor han resistido el tiempo, unos que son poco conocidos, otros que salieron en revistas especializadas y no los conoce la mayor parte de mi posible público.
El editor me pidió que hiciera un ensayo nuevo para que no todos fueran existentes. Este es el segundo ensayo, que me parece es el que más aporta a la situación actual: hace un balance de la construcción del Estado colombiano dentro de un orden social de acceso restringido.
¿Y qué encontró?
Uno de sus mayores aportes es tratar de cuantificar la fortaleza del Estado colombiano a lo largo del tiempo, que fue extremadamente débil y se ha fortalecido con el tiempo.
Se ve en los indicadores cómo el recaudo tributario pasa de 4 puntos del PIB a comienzos del siglo XX a 15% en la actualidad, en el número de hombres en armas que pasa de 8.000 en la guerra de los Mil Días a 850.000, en la capacidad administrativa del Estado que pasa de 100.000 hombres a 1’150.000 en la actualidad. Esas son medidas objetivas de que se ha construido Estado, pero a pesar de todo, este Estado todavía no es suficiente para ejercer un control territorial efectivo.
¿Cuál es el motivo, la ineficiencia?
Desde el punto de vista cuantitativo, un Estado que pueda atender todas las necesidades de sus ciudadanos tiene que tener alrededor de 40 puntos del PIB, y estamos lejos de eso. En términos cualitativos, tenemos un sistema clientelista, que hace muy ineficiente al Estado. Buena parte de la burocracia no es escogida por mérito.
A nivel local y departamental es una burocracia que rota con demasiada frecuencia y eso no la deja ser competente. Entonces hay una ineficiencia muy grande del Estado que se debe a que el régimen político está montado su mayor parte sobre relaciones patrón-cliente, hay otra parte que refleja el voto de opinión, pero el grueso de buena parte de la burocracia y de la función del Estado es por este intercambio entre políticos y sus clientelas.
¿Cuánto le cuesta al Estado la ineficiencia?
Sería un ejercicio interesante determinarlo, pero es un costo elevado. En obra pública tenemos el ejemplo de la carretera Bogotá-Tunja, que empezó a ser construida desde el 2003 y apenas se acabó de completar. O sea 14 años una carretera de 110 kilómetros. Yo creo que costó el doble de lo que debía haber costado, una contratación bastante corrupta que permitió adiciones presupuestales y mucha ineficiencia que se traduce en pérdida potencial de riqueza.
A todo nivel existe, por ejemplo el acceso a la tierra. Con impuestos prediales que forzaran a los que tienen demasiada tierra a la venta se podría tener una red de carreteras terciarias muy completas en muchos municipios del país; pero la tierra está muy concentrada, no paga impuestos, los municipios son muy pobres y no tienen recursos para hacer las vías terciarías, para acueductos o educación secundaria. Esas son las falencias del orden social de acceso restringido, de la concentración de la propiedad agraria.
Usted habla de la corrupción, ¿es el principal problema del país?
Este sistema basado en el clientelismo tiene mucho tiempo, el país ha podido funcionar más o menos y ha podido tener un progreso relativo. Ahora se percibe como el problema más serio, porque ya el del conflicto armado pasó a un segundo plano.
Me parece muy importante y muy saludable que la sociedad colombiana lo enfrente y se están delineando posibles soluciones a reducir el espacio del clientelismo, aumentar el espacio de las políticas basadas en ideologías e intereses, que se expresen abiertamente y que el sistema político tenga circunscripciones más pequeñas, para que las campañas electorales sean más baratas y menos dependientes del financiamiento por los contratistas del Estado.
Hay muchos elementos que ya empiezan a aflorar con mayor insistencia; quién sabe si se puedan implementar, pero por lo menos ya se están aireando y me parece saludable para el futuro del país.
¿De qué depende que se implementen esos elementos?
De las nuevas fuerzas políticas basadas más en el voto de opinión, en los intereses de las clases medias, trabajadoras, que los intereses regionales se expresen con mayor fuerza, que tengan mejor representación en el Congreso, de un cambio político. Si ese cambio no avanza, esas reformas no se van a implementar.
Volviendo al libro, ¿qué hace a un ensayo perdurable en el tiempo?
Uno, que esté bien escrito, que no se deje llevar por el sentimiento que exista en ese momento, sino que trate de ser muy objetivo, que supere los condicionamientos del momento, muy bien afianzado, perdurable, que aunque surjan nuevos cálculos que lo mejoren, permanezca.
¿Fue muy difícil la selección de los ensayos?
El libro iba a tener 1.200 páginas pero el editor me dijo que no podía ser más grande de 700. Eso me obligó a sopesar y a sacar cosas que ya habían salido en varias ocasiones y quedó de menos de 500 páginas. Por la conciencia de que te lean, tienes que escoger muy bien, ser lo más corto posible y hacer una selección mucho más ajustada.
¿Han cambiado mucho los economistas del país en el tiempo?
Sí, son distintos. En mi generación estaba todo por hacerse, había muy pocos economistas profesionales en el país, las facultades arrojaban abogados que también tenían el título de economistas. No había una especialización en la economía, fuimos la generación que estableció la economía como una disciplina dentro de las ciencias sociales y por fuera del derecho, y también le quitó la contabilidad y la administración que venían juntas.
Los primeros economistas que salieron eran un híbrido de tres disciplinas, y también fue mi generación la que se encargó de especializar la economía. Nos tocó ser pioneros en el estudio del problema agrario, que estuvo muy vivo en el país en la década de los 60, y también escribir la historia, porque había muy poca historia económica.
Ya con el paso del tiempo, con el desarrollo de las facultades de economía, vimos más economía matemática, estadística, con toda clase de escuelas. El panorama hoy en día es mucho más diversificado, hay mucha más especialización. Como todo progreso es una división del trabajo cada vez más precisa, entonces te da una especialización mucho mayor: economía laboral, macroeconomía, política monetaria, se ha diversificado tremendamente, tiene una gama muy amplia de especialistas.
¿Y qué hace falta?
Hecho de menos que hayan más generalistas, o sea personas que se ponen a reflexionar y hagan una gran síntesis del conocimiento que tenga de varias áreas del conocimiento sobre la sociedad porque ahora está muy escaso.
La política económica del país siempre ha sido responsable, ¿le hacen caso los Gobiernos a los economistas?
No estoy seguro. A grandes rasgos no hemos tenido manejos irresponsables de la economía, no hemos tenido populismo ni hiperinflación. Hemos tenido ministros de economía que no han podido hacer política contracíclica porque el sistema político no se lo permite, son procíclicos, se gasta mucho en los auges, no hubo ahorro y en las recesiones se ve. Lo vivimos durante Uribe y se repitió con Santos. Lo que hace una buena política económica es ser contracíclica, eso se ha hecho en política monetaria pero no en política fiscal, diría que hay sacamos un 3.5.
Pedro Vargas Núñez
Editor Portafolio.co
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16 abr 2017 - 7:28 p. m.
‘Es saludable para el futuro del país que se enfrente a la corrupción’
El economista Salomón Kalmanovitz habla de la forma en que escogió los ensayos para su nuevo libro de la evolución de los economistas colombianos.
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