Al igual que ocurriera en 1980, cuando Occidente boicoteó por vez primera en la historia de las Olimpiadas los Juegos de Verano que se celebraron en Moscú, el Kremlin tampoco ha podido eludir en esta ocasión la polémica.
Vladimir Putin es un dirigente que no deja indiferente a nadie y despierta pasiones allá donde va, sean positivas o negativas.
Cuando no es Siria, es Irán o si no la represión de la oposición, el terrorismo y su tratamiento hacia los homosexuales.
Pocos recuerdan que Putin viajó expresamente a Guatemala, en febrero del 2007, para inclinar la balanza en favor de Sochi, ciudad que cautivó a los miembros del COI por su extraordinaria localización geográfica entre el mar Negro, donde las temperaturas rondan estos días los 12 grados centígrados, y las escarpadas montañas del Cáucaso están sepultadas bajo un blanco manto de nieve.
El camino no ha sido fácil, ya que la organización de Sochi 2014 se ha visto salpicada por numerosos escándalos de corrupción, expropiación de tierras, contaminación del medio-ambiente, abuso de los trabajadores, mala planificación y, en resumen, multiplicación del costo de los 12.000 millones de dólares iniciales a los actuales 50.000 millones.
Además, expertos, técnicos y deportistas ha reconocido que el legado de los Juegos está en el alero, ya que varias de las instalaciones no tendrán ningún uso ni darán usufructo al término del certamen deportivo, mientras su mantenimiento costará la friolera de unos 2.000 millones de dólares anuales.
Pero lo que de verdad le preocupa a Putin es la seguridad, lo que amenaza con convertir a Sochi en un dolor de cabeza para deportistas, aficionados y los mandatarios que se decidan a visitar Rusia.
El Servicio Federal de Seguridad (FSB, antiguo KGB) ya tenía preparadas medidas extraordinarias, pero ha tenido que reforzarlas debido a los dos atentados suicidas cometidos por la guerrilla del Cáucaso Norte a finales de año en la ciudad rusa de Volgogrado.
Para prevenir posibles ataques, decenas de miles de policías y efectivos del Ministerio del Interior serán desplegados en Sochi, a lo que se sumarán buques de guerra, baterías antiaéreas y drones.
Paradójicamente, la mayor sombra que se cierne sobre los Juegos de Sochi no es el terrorismo, sino la discriminación contra los homosexuales.
De poco ha valido que Putin insistiera en que todos los deportistas y aficionados serán bienvenidos “independientemente de su nacionalidad, pertenencia racial u orientación sexual”.
“Los Juegos transcurrirán en plena consonancia con la Carta Olímpica sin discriminación de ningún signo”, afirmó Putin.
Rusia, que presume ser la nueva reserva moral frente al relativismo de Occidente, ha sido muy criticada por la aprobación de varias leyes contra la propaganda homosexual y la adopción de niños por parte de parejas del mismo sexo que, según las minorías sexuales, restringen sus derechos fundamentales.
Algunos deportistas han expresado su temor a la discriminación durante los Juegos, mientras que varios activistas homosexuales y premios nobeles incluso, han llamado a boicotear los Juegos.
Mientras tanto algunos dirigentes occidentales han aprovechado esas controversias extradeportivas para rechazar la invitación para viajar a Sochi y hacerle el feo al Kremlin.