Bienvenidos todos los presentes, junto a quienes nos siguen a través de las redes sociales, a una nueva edición de los Premios Portafolio. Esta cita anual en la que reconocemos el esfuerzo y la abnegación de un puñado de personas e instituciones es una ocasión inigualable para apreciar lo que es Colombia, en una dimensión distinta a la que se observa a través del prisma de la coyuntura o de la controversia política.
Que hay motivos de sobra para mirar con optimismo el futuro es algo que demuestra cada una de las 870 postulaciones recibidas, detrás de las cuales hay ante todo historias de vida. A cada uno de los nominados, y muy especialmente a los premiados que serán anunciados en breves minutos, mis más sinceras felicitaciones.
Quiero saludar al señor Presidente de la República, quien una vez más nos acompaña en esta cita. Más allá de las exigencias propias de su cargo el Primer Mandatario siempre abrió espacio en su agenda para estar presente, lo cual nos honra y merece nuestro sincero agradecimiento. Espero que ese buen ejemplo se extienda a quien lo suceda en la Casa de Nariño el próximo 7 de agosto.
Como la gran mayoría de los colombianos, confío en que la decisión que tome la ciudadanía en las urnas durante los comicios que vienen sea la mejor para todos. No hay duda de que nuestra democracia enfrenta horas difíciles por cuenta del descrédito de las instituciones, atribuible especialmente a conocidos episodios de corrupción cuyos tentáculos se han extendido en las más diversas direcciones.
Apoyar las investigaciones que adelanta la Fiscalía y exigirles a los jueces que cumplan de manera eficaz su labor, sin ceder a presiones o intimidaciones, es una obligación. Curar este cáncer solo será posible si la justicia responde y aplica castigos ejemplares para dejar en claro de una vez por todas que el crimen no paga.
Los escándalos que involucran a magistrados de las más altas cortes tienen mucho que ver con una especie de depresión colectiva que se refleja en las encuestas, la misma que nos lleva a verlo todo con un lente particularmente oscuro. El triste espectáculo dado por el Congreso en los últimos días, renuente a debatir con la plena participación de los parlamentarios proyectos de ley de primera importancia, tampoco ayuda. Por doquier se escucha la expresión según la cual el país está peor que nunca, una afirmación que a punta de repetirse empieza a aceptarse como si fuera verdad.
Y aunque cada cual es dueño de su propia opinión, vale la pena recordar que eso no le da derecho a nadie a inventarse sus datos. Por eso no está de más darle un repaso a las estadísticas para constatar que Colombia sigue avanzando, tanto en lo que respecta a su economía, como a los indicadores sociales o de violencia.
Dicha afirmación no desconoce que atravesamos un periodo de desaceleración que se siente en el clima de los negocios. La caída en los precios de las materias primas que exportamos todavía nos pasa factura, como se observa en la marcha de las exportaciones o los ingresos fiscales. Aun así, crecemos por encima del promedio latinoamericano y mantenemos la capacidad de atraer inversión extranjera, tanto directa como de portafolio.
Quien trae su dinero a Colombia no lo hace por simpatía hacia nosotros, sino porque encuentra retornos que superan los de otras latitudes, gracias al tamaño del mercado interno, a los acuerdos que nos permiten acceso privilegiado a diferentes latitudes o a una población distribuida en un buen número de ciudades, entre otras razones. No deja de ser una gran paradoja que aquellos que viven afuera tienen mayor confianza en nuestra capacidad de salir adelante que muchos compatriotas atrapados por la desesperanza.
Uno de los motivos es que fuera de nuestras fronteras se reconoce la calidad del manejo macroeconómico, el mismo que evitó que una descolgada en las exportaciones similar a la que experimentamos en la guerra de los mil días o en la gran depresión del siglo pasado, se tradujera en una recesión similar a la que experimentaron otras naciones latinoamericanos. En medio de las dificultades hay que reconocer que hay elementos para mirar el 2018 con más esperanza: la baja de la inflación, el repunte de los precios del petróleo o las menores tasas de interés son algunos de ellos.
El que quiera motivos para apreciar las cosas de manera más positiva con respecto al país, debería darle un repaso a las cifras que muestran la inmensa transformación que hemos tenido, como lo prueba el que el tamaño de la clase media supera al de la clase pobre, por primera vez en nuestra historia. Y no cito tan solo las estadísticas oficiales. La encuesta longitudinal de la Universidad de los Andes, cuyos resultados acaban de conocerse, muestra un panorama de avances significativo.
No dar marcha atrás en materia social tiene que ser una prioridad de corto, mediano y largo plazo. Los datos de empleo que se conocieron hoy muestran que el tamaño de la población ocupada dejó de crecer, ante lo cual es indispensable examinar recomendaciones como las que viene de hacer el Consejo Gremial Nacional, que comprenden las reformas orientadas a mejorar la competitividad.
La agenda pendiente es muy amplia y pasa por asegurar la sostenibilidad de las pensiones o el sistema de salud. Entender que nuestra población se está envejeciendo exige prepararse para enfrentar desafíos tan complejos como inevitables. Meterle mano a los subsidios para que beneficien a la población más necesitada, completar la tarea en materia tributaria, combatir la evasión o hacer la cirugía de fondo que requiere la justicia, son apenas unos de los puntos pendientes.
Hacer el cambio es posible. Uno de los legados más importantes de este Gobierno es el de las instituciones involucradas con la infraestructura, cada vez más técnicas y profesionales. Aun con sus tropiezos, el programa de concesiones de cuarta generación es un ejemplo por su seriedad y transparencia.
Lamentablemente, cuando se escucha la calidad del debate entre quienes aspiran llegar a la Casa de Nariño es fácil preocuparse. El motivo es que comienzan a hacer carrera las fórmulas populistas que consisten no en decirle la verdad a la gente, sino lo que quiere oír. Así como el médico que es sincero con el paciente es el más responsable, los candidatos a la presidencia deberían entender que la franqueza es la que sirve a la hora de manejar un país.
Por eso me inquietan aquellos aspirantes, faltos del más mínimo rigor, que prometen rebajar los impuestos de renta, devolver el aumento del IVA, subir los gastos y cerrarles la puerta a las industrias extractivas, sin decir cómo van a pagar por ello o sin hacer cuentas de lo que significaría perder la autosuficiencia petrolera. Las cifras alegres, propias de las fábula de la lechera, deberían al menos generar incredulidad en un país que acuñó el dicho según el cual “de eso tan bueno, no dan tanto”.
Gústenos o no, las comparaciones internacionales no nos dejan bien parados. Hemos perdido posiciones en el índice global de competitividad que elabora el Foro Económico Mundial y en el reporte Doing Business, a cargo del Banco Mundial. El mensaje de esas y otras clasificaciones es claro: hay que sacar el bisturí, en algunos casos para intervenciones menores y en otras para cirugías de fondo. La varita mágica que tantos agitan por ahí sirve en los cuentos de hadas, pero no en la compleja realidad colombiana.
Dado el tamaño de los desafíos, no queda otra opción diferente a la de abrir los canales del diálogo y establecer políticas de Estado que convoquen a los dirigentes a trabajar por un propósito común, ya sea orientado a mejorar la calidad de la educación o a devolverle a la justicia la majestad perdida. Ello solo será posible si se supera el clima de polarización que tanto daño nos ha hecho hasta la fecha. Más de un escéptico dirá que ni siquiera el Papa Francisco con su bienvenido mensaje de reconciliación pudo allanar las diferencias entre nuestros dirigentes, pero aun así, hay que intentarlo.
Uno de los temas que deberían formar parte del propósito de alcanzar consensos es el de aprovechar el inmenso potencial que tenemos en materia agropecuaria. A pesar de contar con tierra cultivable y una de las riquezas hídricas más grandes del mundo, importamos casi una tercera parte de lo que comemos, cuando tenemos cómo convertirnos en un exportador de primera línea.
Nada de eso será posible, sin embargo, si la mitad de los predios rurales no tiene un título de propiedad, si las vías de comunicación no se mejoran, si dejamos de trabajar en el mejoramiento de semillas y métodos de siembra o si mantenemos políticas comerciales que preservan privilegios. Tampoco hay cómo defender un statu quo que condena a millones de familias campesinas a vivir en la pobreza absoluta, por cuenta de lo cual emigrar es la única opción válida para los jóvenes de las zonas apartadas, para no hablar de la tentación de los cultivos ilegales.
Por tal motivo, espero que el país entienda que la implementación de los acuerdos suscritos con las Farc es una oportunidad única para desarrollar el campo colombiano. No está de más recordar que 85 por ciento de los cerca de 130 billones de pesos que vale implementar lo firmado hace algo más de un año en el Teatro Colón va dirigido a este sector. Incluso quien no comparta plenamente los acuerdos debería darse cuenta que aquí hay un plan de desarrollo cuya ejecución despejaría el futuro de nuestra economía en las próximas décadas.
Señor Presidente, apreciados amigos:
Han pasado ya más de 24 años desde cuando Portafolio comenzó a circular, convirtiéndose en poco tiempo en el medio especializado en economía y negocios de mayor circulación en el país. En víspera de cumplir nuestras bodas de plata seguimos ocupando ese primer lugar, gracias al acompañamiento de todos ustedes.
Junto con el desafío de mejorar de manera constante en nuestra labor periodística, tenemos como propósito adaptarnos a las preferencias de nuestros lectores que nos siguen de manera creciente por nuestros canales digitales. Nuestra edición de papel nos importa mucho, como lo demostró el rediseño que dimos a conocer hace un par de meses, el cual fue objeto de comentarios elogiosos de muchos de los aquí presentes.
No obstante, continuaremos evolucionando a sabiendas de que la calidad informativa y el análisis profundo son los que determinan nuestra relevancia. Debido a ello, esperamos sorprenderlos positivamente en los meses que vienen con nuevas ofertas de contenido que permitan expandir nuestra audiencia.
Y así como en esta casa estamos reaccionando a los retos de los nuevos tiempos, también espero que el país sepa superar los múltiples obstáculos que encuentra en su camino. A veces cuando veo que nos invade el desánimo, recuerdo de dónde venimos y lo que hemos conseguido.
El examen de las postulaciones a los Premios Portafolio de este año me llenó de entusiasmo porque comprueba que mientras unos se quejan en voz alta, otros trabajan silenciosamente y consiguen sus cometidos. Espero que los ejemplos de esta noche convenzan, incluso a los más escépticos, de que construir una Colombia mejor es algo que está más cerca de lo que creemos.
Muchas gracias.