Uno de los temas que más mueven la discusión en los Estados Unidos es la relación con China, y la pregunta si el aparente declive de la principal potencia de occidente está directamente y proporcionalmente relacionado con el auge de la potencia asiática. En ese sentido, Trump inició una guerra comercial que implicó tarifas arancelarias a bienes y servicios que representan un valor anual de US$360 billones, para contrarrestar la expansión económica de China a nivel global.
Hoy, más de tres cuartas partes de los países del mundo tienen una cuenta comercial más amplia con China que con Estados Unidos. Y, en inteligencia artificial y en sistemas de comunicación de última generación, es el país asiático el que ha venido liderando los nuevos desarrollos. En un contexto de círculo virtuoso, y con prácticas laborales coercitivas, China logró que las tasas de crecimiento hayan permitido crear una clase media que, por su parte, sostiene un consumo que hace que el mercado interno sea fuente de generación de riqueza.
Trump firmó en el 2019 un acuerdo comercial con China que se centraba en obligar a ese país a comprar bienes americanos principalmente en los sectores de tecnología, energía y agricultura. Pero al mismo tiempo profundizó la guerra comercial al incrementar las tarifas a más bienes, lo que invitó a la retaliación y profundizó la guerra comercial. Los consumidores y los exportadores de los Estados Unidos han sido los más perjudicados.
La administración Biden no ha tomado las decisiones estructurales que requiere la relación económica con China. En el marco de lo estipulado por Trump más de 2000 bienes estaban exceptuados de las tarifas punitivas. Estas excepciones han caducado sin que el nuevo gobierno haya decidido como proceder. Y más aún, se han impuesto nuevas prohibiciones a firmas americanas para hacer negocios con proveedores chinos, entre otros, en sectores como el textil o el de paneles solares. Esto argumentando trabajo forzoso en las provincias de donde provienen los insumos a estos bienes. El empresariado americano está reclamando prontas decisiones. La incertidumbre no solo ha restringido las exportaciones (han caído más de 5% frente a los niveles pre-pandemia), sino también ha limitado el acceso a insumos que permiten un auge del consumo. Y mientras Europa firma acuerdos que permite una nueva etapa de comercio bilateral con China, la Unión Americana no parece tener claro que debe seguir.
Lo que debe haber quedado claro a Estados Unidos es que la solución al déficit comercial con China y a las prácticas comerciales inaceptables de ese país, no está en la imposición de tarifas arancelarias, ni en el establecimiento de obligaciones de compra forzosa de bienes y servicios. El tema requiere de una revisión estructural de prácticas laborales en el país asiático, respeto por las reglas internacionales de propiedad intelectual, y de acogerse a las fórmulas de la Organización Mundial de Comercio sobre la defensa a la inversión extranjera, entre otras. Y esto solo se puede lograr en el marco multilateral, y no a través de una costosa y dañina guerra comercial bilateral.
RAFAEL HERZ
Analista Internacional
rsherz@hotmail.com